miércoles, 5 de noviembre de 2008

El nombre de la rosa

Hasta entonces había creído que todo libro hablaba de las cosas, humanas o divinas, que están fuera de los libros. De pronto comprendí que a menudo los libros hablan de libros, o sea que es casi como si hablasen entre sí.

A la luz de esa reflexión, la biblioteca me pareció aún más inquietante.

Así que era el ámbito de un largo y secular murmullo, de un diálogo imperceptible entre pergaminos, una cosa viva, un receptáculo de poderes que una mente humana era incapaz de dominar, un tesoro de secretos emanados de innumerables mentes, que habían sobrevivido a la muerte de quienes los habían producido, o de quienes los habían ido transmitiendo.

Pero entonces -dije-, ¿de qué sirve esconder los libros, si de los libros visibles podemos remontamos a los ocultos?

Si se piensa en los siglos, no sirve de nada. Si se piensa en años y días, puede servir de algo. De hecho, ya ves que estamos desorientados.

-¿De modo que una biblioteca no es un instrumento para difundir la verdad, sino para retrasar su aparición? -pregunté estupefacto.

-No siempre, ni necesariamente. En este caso, sí.


Fragmento de El nombre de la rosa
Umberto Eco

1 comentario:

Rocío Rocha dijo...

No siempre ni necesariamente, pero ya ves que estamos desorientados.

Ahora me voy a poner a chusmear tu blog, vi unas cosas que me hicieron señas con las manos, há!