¿Y qué más?
Que nunca me tomo vacaciones. Yo me aburro durante las vacaciones.
¿Por qué?
Porque me gusta tanto hacer el programa y trabajar que su falta me produce más tristeza que la alegría que pueden depararme las playas de arena blanca y el clima. Siempre estoy inclinado hacia el futuro como un arquero que vuela en busca de penales que ya están en la red. Tal vez vaya de vacaciones cuando termine mi próximo libro, arregle mi vida o no tenga que ir solo.
Pero en los últimos años no estuviste solo...
Es cierto. Pero no han sido amores tan mansos como para pensar en las vacaciones o en tener hijos, por ejemplo.
¿Tienen que ser mansos los amores para pensar en hijos?
Yo creo que si. Pero no he conocido uno. Para mi, los amores son más profundos cuanto más tumultosos. El amor está siempre detenido sobre una inseguridad. Cuando el amor es seguro, previsible y garantizable, es quizá menos amor. Y a mí me gustan los hijos del amor, los que suceden. "Quedé embarazada, vamos a tener un hijo, celebremos".
No me gusta planificar un hijo como si fuera un edificio.
Pero uno supone que la consecuencia de un amor fuerte y movilizante es un hijo.
Puede ser que yo haya sido demasiado grande. Y la otra persona demasiado joven. Uno estaba en primavera, el otro en otoño, y a lo mejor los hijos florecen en verano... Pero la verdad de la milanesa es que, cuando un amor es demasiado apasionado, uno no está pensando en el hijo que vendrá. ¿Qué querés que te diga en el momento cúlmine del amor? ¿lo llamaremos Pirulo y seremos felices para siempre? No. Yo te digo otras cosas en esos momentos (risas).
Entre el ápice del sufrimiento y el ápice del goce, no hay tiempo para pensar en que colegio lo vamos a anotar...