Uno de los suplicios más graves que padece el escritor fantasma es la soledad. Porque se trata de una soledad más parecida al abandono y a la incomunicación que a ese magnífico retiro al que alguien puede entregarse alegremente cuando desea alumbrar una historia de cualquier naturaleza. Se trata de una obra por encargo, gobernada y continuamente custodiada por alguien que desea narrar algo y no sabe cómo hacerlo; su construcción, por lo tanto, no es el resultado de un conflicto dialéctico y mucho menos de una irreparable insatisfacción con el mundo. Muy por el contrario: la obra no es otra cosa que el resultado de esa conflagración universal que ataca a cualquier persona que pretende vivir de lo que escribe: la necesidad de una buena comida, de un buen trago, de una casa, de luz, gas y todos aquellos servicios que tornan la vida más grata. De todos modos, a lo largo del trabajo no es fácil escapar a ese instante de incertidumbre que fortuitamente, y por espacio de segundos-como bien dice Vázquez Montalbán- convierten al periodista, al escriba, en escritor: detenerse a examinar la conveniencia de emplear tal o cual palabra.
Entre el autor real y el figurado se establece de antemano, y de manera tácita, un secreto que no conviene violar a ninguna de las partes. De este modo, de la noche a la mañana las plumas fantasmas se convierten en misántropos de la peor especie. Le temem al contacto con otras personas pues a menudo sospechan que están haciendo algo indebido. En general no es provechoso revelar el origen del dinero que los hace vivir. Para explicar la súbita desaparición de los bares y sitios que se suelen frecuentar, es necesario esgrimir excusas inverosímiles. "Me encargaron un libro periodístico y me dieron un buen adelanto", "Mi mujer cobró un viejo juicio", etcétera, etcétera.
La escritura, el arte de enlazar palabras, la búsqueda de una frase que pueda compendiarlo todo, pasa a ser una tarea bastarda cuyo único y preciado beneficio es el dinero, esos papeluchos de colores que, a su vez, tienen el don de facilitar y favorecer el abandono a la otra soledad, aquella que, salvo raras excepciones, brinda ingresos que apenas satisfacen.
El mundo está repleto de plumas alquiladas. Son decenas los intelectuales, narradores y periodistas de nombre que en más de una ocasión recurren o han recurrido al anonimato para pagarle al carnicero. Y se trata no ya de libros. Por decoro nadie lo admite, pero en el gremio de las plumas conocidas hay profusión de ellas que se alquilan. Callar esos nombres no sólo es un derecho, comporta un compromiso de clase.
Hernán Lopez Echague
Extraído de "HLE. Talleres de periodismo a distancia"
1 comentario:
En honor a los escritores anónimos, a los millones de best seller no publicados, y por esas decorosas plumas alquiladas!
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